El Museo Guggenheim, el Athletic, las Carolinas o Marijaia son algunos de los nombres que nos vienen a la cabeza al pensar en emblemas de la Villa. No obstante, si hay uno que está presente en cada uno de sus rincones, que se repite a lo largo y ancho del callejero bilbaíno, esa es la famosa baldosa de Bilbao.
Los cinco círculos en forma de flor que la componen son desde hace décadas un símbolo de la ciudad. Pero quizás desconozcas que este diseño tan característico, particularmente el de los surcos que parten de la roseta central, se ideó con el objetivo de evitar que el agua se quedase estancada y se formasen charcos.
Aunque es probable que te parezca hasta irónico ya que, lejos de lograr su cometido, la realidad es que más de un pantalón, calcetín o zapato se te habrá mojado con el agua de las baldosas. Y es que en Bilbao, a veces, también llueve hacia arriba.
No obstante, salpicaduras rutinarias al margen, las baldosas son parte del patrimonio bilbaíno. De hecho, su particular dibujo no solo está presente en el suelo que pisamos a diario, sino también estampado en prendas u otros souvenirs e incluso en dulces que adoptan su forma. Pero, ¿por qué es tan especial nuestra baldosa?
Orígenes inciertos
La verdad es que justificar el cariño que se le tiene a la baldosa de Bilbao no es tarea sencilla. Al hecho de que ayude al extraño fenómeno de llover hacia arriba hay que añadirle su poca adherencia al suelo y la necesidad de reponerla periódicamente por desgaste. Sin embargo, es indudable que existe un apego especial hacia ella y prueba de ello es la canción que le dedicó un icono bilbaíno como la Otxoa.
Sus orígenes no están del todo claros. Se cree que fue creada por primera vez entre las décadas de los 40 y 50 en los talleres del Ayuntamiento, pero no hay ningún registro fehaciente que lo confirme. Lo que sí es una certeza es que fue a partir de la década de los 90 cuando la Villa empezó a sentirla como algo propio, como un símbolo de identificación único y especial.
Su hermana, en Barcelona
Sería negar lo innegable si dijéramos que no hay un parecido entre la baldosa de Bilbao y el panot de Barcelona, que le precede en su origen. No obstante, aunque las flores parecen estar hermanadas, al no haberse esclarecido la procedencia del adoquín bilbaíno, tampoco se ha probado que su diseño esté inspirado en el barceloní.
Y siguiendo eso que dicen de que los pequeños detalles marcan la diferencia, la más notable entre las dos baldosas son los surcos que caracterizan a la de la Villa. Si bien es cierto que la teoría más extendida dice que su incorporación al diseño fue una mera adaptación del trazado de la Ciudad Condal a las inclemencias del clima bilbaíno.
En cualquier caso, a pesar de que podría decirse que al pisar esta baldosa nos movemos sobre una procedencia incierta, está claro que el cariño hacia ella es imperante. Puede que la razón de que sea un símbolo de Bilbao se incline más hacia lo sentimental, pero ¿acaso en algún otro lugar llueve hacia arriba?