Con el paso de los años y la llegada de nuevas generaciones se está perdiendo el uso de una de las prendas más tradicionales e icónicas vascas: la txapela. Su llegada a Euskadi data de comienzos del siglo XIX, momento en el que comenzaba la historia de un imprescindible de la indumentaria vasca.
El apogeo de su uso está señalado en el período entre 1833 y 1840, época en la que sucedían las Guerras Carlistas. Uno de los militares más conocidos de esa contienda, el general Tomás de Zumalacárregui, llevaba una txapela roja, y su ejercito era conocido como los «txapelgorris»(los txapela roja).
Desde entonces el uso de la txapela fue in crescendo entre la población vasca, y a mediados del siglo XIX nacieron las primeras fábricas de txapelas. La gipuzkoana Boinas Elosegui, en funcionamiento desde 1858, y Boinas La Encartada en Balmaseda, un museo en la actualidad, fueron las referentes del sector.
Txapela: mucho más que solo una prenda
Durante el siglo XX la txapela vivió un auténtico boom hasta convertirse en seña de identidad de la ciudadanía vasca y traspasar fronteras. Ejemplo de ello es que en otros idiomas y lugares se le conoce como «boina vasca».
Cabe destacar también el peso que tiene en lo que a las pruebas y la competición se refiere. En euskera a la competición se le llama txapelketa, lo que traducido sería «competición por la txapela», ya que a la persona ganadora se le otorga una y se le denomina como txapeldun, lo que vendría a significar «persona con txapela».
Un icono, una conexión
Aunque a día de hoy su uso haya decaído, la txapela sigue estando muy ligada a la cultura y tradición de nuestro territorio. No en vano hablamos de una prenda que va mucho más allá de su uso, su compra como souvenir o su entrega en homenajes y celebraciones.
Se trata de un accesorio lleno de simbolismo, una conexión con nuestra cultura más tradicional y rural, un icono que nos une con el pasado.
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