
El origen del euskera siempre ha estado rodeado de un halo de misterio. Tras años de incógnitas sin resolver, la investigación del euskera vive ahora un momento histórico tras el hallazgo de un texto escrito en lengua vascónica de hace 2.100 años.
El descubrimiento, de la mano de la aerqueóloga Leire Malkorra de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, tuvo lugar en Irulegi, un yacimiento de la Edad del Hierro situado en el valle navarro de Aranguren. Ha sido precisamente esta ubicación la que, junto a su forma, ha dotado de nombre a este hallazgo sin precedentes: la mano de Irulegi.
Sobre una pieza de bronce con forma de mano derecha pueden leerse una serie de grabados que conforman el texto más antiguo en lengua vascónica, del siglo I a. C. Compuesto por 40 signos, está escrito en un sistema gráfico derivado del sistema ibérico y adaptado a la fonética vascónica.
Ello prueba que, al contrario de lo que se creía, los vascones tenían una escritura propia. Hasta el momento, los textos más antiguos que habían sido hallados en euskera o en lenguas que lo precediesen datan de 1.500, si bien ya había evidencias previas de su existencia en los nombres propios y topónimos.
‼️Hallazgo excepcional: La mano de Irulegi
Siglo I a.c. Se trata del documetno más antiguo en lengua vascónica+INFO https://t.co/Lg5o9jriot@gob_na #aranguren #lamanodeirulegi pic.twitter.com/8alcRZbSvY
— Aranzadi (@aranzadi) November 14, 2022
Por el momento, de las 5 palabras inscriptas en la mano de Irulegi, solo ha podido descifrarse la primera de ellas: “sorioneku”. Equivalente al término zorioneko del euskera actual, se traduce como buena suerte o afortunado.
A pesar de las dificultades que supone la traducción del resto del texto, los investigadores creen que se habría tratado de un adorno apotropaico similar a los eguzkilores. Es decir, un objeto que, colocado sobre alguna puerta, estaba destinado a proteger y traer buenos augurios.
Si bien el hallazgo corresponde a la campaña arqueológica realizada en el yacimiento en el verano del 2021, hasta ahora solo lo sabían las personas involucradas en la investigación. De hecho, no fue hasta enero de este año cuando, tras meses de limpieza, la restauradora Carmen Usúa descubrió la inscripción.